Una nena de seis años encontró, feliz, un sapito y lo agarró. No paró de mirarlo. Fue su mascota durante unas horas, horas en donde lo acariciaba, jugaba al veo-veo con el, y lo agarraba de las patas haciéndolo bailar. "Pobre sapo" pensábamos todos. Pero es una nena, es inocente, no lo hacía con intenciones de lastimarlo, sólo quería jugar.
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.- Rocío, dejalo pobrecito... - le decían muchos - ¿a vos te gustaría que te agarre una mano gigante y te apriete así? insistían.
Comparaban al sapo con la nena. Ellos comparaban al humano con el animal. Estaban siendo razonables.
- ¿A vos te gustaría que venga un ser con algo más que la razón que tiene el humano, y te saquen a tu hijo para comérselo? -le dije-.
- ¡Ay! ¡Qué feo!
- Y bueno, es lo mismo. Son animales. Si es igual el sapo que la nena, la vaca es igual que vos.
- Si es cierto, pero bueno es difícil -escuché con cara de indignada las mismas palabras de siempre, "es difícil"-.
No. No es difícil. Siempre y cuando no seas lo egoísta y lo soberbio como para creerte que tenes el derecho de mastica otro ser vivo, claro.